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FERNANDO POGGIO “HAGO PRODUCTOS CULTURALES A PULMÓN”

DESDE HACE DOS DÉCADAS, SU NOMBRE ES SINÓNIMO DE DISEÑO ARGENTINO MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS. TRAS VARIOS AÑOS DE EXPERIMENTACIÓN CON EL ALUMINIO, SU MATERIAL FETICHE, LOGRÓ ADAPTARLO A UNA AMPLIA VARIEDAD DE OBJETOS: DESDE PEQUEÑOS ACCESORIOS HASTA PREMIOS INTERNACIONALES Y PIEZAS DE MOBILIARIO. Txt: Cecilia Filas

Qué tienen en común los anillos olímpicos que escoltan al Obelisco en la Plaza de la República, la irreverente lengua que coronaba los premios MTV latinos, una banqueta y la Copa Argentina? De hecho, dos cosas: el aluminio y Fernando Poggio. A fuerza de experimentación, en sus más de 25 años de trabajo este diseñador industrial ha logrado reversionar su material fetiche en una serie de formatos disímiles: desde piezas de joyería a muebles. A tal punto el aluminio se convirtió en parte del sello Poggio que su nombre contrasta sobre una delgadísima capa de metal que extiende en reemplazo de la tradicional tarjeta de presentación de papel. “Todo el tiempo le estoy encontrando aplicaciones nuevas, distintas formas de producirlo. Cuando empecé era otro mundo: ahora, con la impresión 3D, en 15 días podés tener una pieza”, celebra Poggio. A lo largo de su recorrido, este exdocente de la UBA ha entablado una relación cuasi simbiótica con aquel material que –en un indisoluble paralelismo con su propia carrera– logró sacar de la fábrica para innovar en diversas aplicaciones: desde objetos deco hasta bastidores para las obras que produce en su faceta de artista plástico. “Cuando empecé, era muy difícil insertarlo en una fábrica que estaba produciendo en línea. Como necesitaba otros tiempos y escalas de producción, abrí un taller propio”, repasa Poggio el momento en que decidió abrirse de la metalúrgica familiar para comenzar su emprendimiento, a principios de los ‘90. Y su apuesta dio resultados. En 2000 abrió su primer local de venta al público en el marco del colectivo Diseñadores del Bajo en una galería sobre la calle Florida. También participó en varias ediciones de la Feria PuroDiseño, alternando su rol de expositor con el de jurado. Frankfurt marcó el despegue de su carrera en el exterior: en 2002 participó de Tendence Lifestyle, la feria más importante de artículos de consumo en Europa. En 2017 obtuvo el Sello de Buen Diseño (SBD), un pasaporte para el programa Exportar Buen Diseño, iniciativa de la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional y el Ministerio de Producción para capacitar a Pymes y promover la exportación de sus productos. Su última conquista es el concurso que organiza el Centro Metropolitano de Diseño, donde Poggio ganó en la categoría Producto por su banqueta Miles: una alternativa más moderna y, sobre todo, liviana del clásico mobiliario, que ideó en dos versiones: 100 por ciento aluminio reciclado o combinado con madera de lenga. La banqueta ya había recibido el SBD junto a una serie que incluía un sillón, un banco, una chaise longue y una butaca.

Fuiste uno de los pioneros del boom del diseño en 2000. ¿Te costó sostener tu emprendimiento con tantos cambios de rumbo económico del país? Es muy difícil para los emprendedores porque estamos sometidos a los cambios permanentes de polí- tica económica y no tenemos un apoyo concreto, sino que se hacen acciones esporádicas. Participé en ferias del exterior en las cuales la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (NdR: exFundación Exportar) armaba el stand y hacía la comunicación de la muestra y uno se ocupaba sólo de viajar, llevar los productos y venderlos. Ese tipo de apoyos los recibí, pero el tema de políticas más sostenidas, no hubo. Hago productos culturales, de identidad muy fuerte, pero a pulmón: hace 15 años que voy a las grandes ferias del mundo pero es todo autogestionado.

¿Se consolidó el mercado a nacional o sigue siendo un consumo de élite? En mi caso, vendo en algunas tiendas de diseño, online y a través de ferias nacionales. Es un mercado acotado, de gente que gusta del diseño y puede apreciarlo. Lentamente, se va haciendo escuela: desde que se abrió la carrera de Diseño Industrial en la facultad el público empezó a relacionarse con estos objetos, fue aprendiendo y ahora los busca. Falta mucho todavía, pero soy optimista.

¿Se necesitan más políticas públicas de fomento al diseño for export? Estamos dentro del programa Exportar Buen Diseño: se armó un grupo de colegas y estamos haciendo una selección de productos para exportar todos juntos ese paquete de objetos, con asesoría de un consultor en Comercio Exterior. Faltaría una promoción internacional más importante desde el Gobierno, que incluyera un plan de negocios y una campaña de marketing, por ejemplo. Recuerdo que la primera en la que participé fue Tendence Lifestyle, en Frankfurt: fui con otros dos diseñadores y nos ocupamos de la logística para llevar los productos y la folletería, de organizar el viaje y la comunicación, de armar el stand y recibir a los visitantes… Es un trabajo bastante arduo para hacer sin apoyo oficial.

¿Cuál es tu argumento ganador cuando vendés el concepto diseño argentino? Rescato que tenemos una impronta particular, una visión del diseño diferente. Y, sobre todo, que trabajamos con la imaginación y con las limitaciones tecnológicas y económicas. Creo que estamos adquiriendo un perfil destacado dentro de los protagonistas internacionales. Además, se están generando diseñadores nuevos todo el tiempo y eso también es una masa crítica que nos va a ubicando en otro lugar. Italia, por ejemplo, en la posguerra hizo una campaña importante de marketing y definió una estrategia para insertarse en el mundo del diseño, donde empresas que se dedicaban a otros rubros empezaron a hacer productos de uso cotidiano, de cafeteras a muebles. Pero esa fue una estrategia del Gobierno que implicó, por un lado, impulsar de forma económica y productiva en forma concreta; y, por el otro, hacer marketing para que eso funcionase en el exterior. El resultado es que, todavía hoy, decís diseño y pensás en Italia.